La socióloga Teodora Hurtado estudió las trayectorias mujeres negras colombianas que emigran a Europa para realizar trabajo sexual. A partir de su trabajo de campo en Colombia y España, la investigadora consigue establecer comparaciones entre las formas de inserción laboral de latinoamericanas negras y blancas, mujeres africanas y provenientes de Europa del Este. Para analizar el fenómeno contemporáneo de la migración femenina hacia países del primer mundo, propone comprender el trabajo sexual dentro de la categoría de los “trabajos de proximidad o de cuidado”, tradicionalmente asignados a las mujeres del entorno familiar. La entrevistada cursa su doctorado en Estudios Sociales en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, México D.F.
¿Cómo se acercó al tema de la migración y el mercado del sexo?
Mi relación con el tema nació hace mucho tiempo, asociada a un interés por la migración de hombres afrocolombianos a los Estados Unidos desde Buenaventura, puerto en el Pacífico y una de las ciudades con mayor porcentaje de población negra. La migración de esos jóvenes está básicamente asociada al tráfico de drogas y ese fue mi tema de licenciatura. Ya en ese momento, entre la década de los ochenta y los noventa, estaba empezando a ser visible la migración de las mujeres, particularmente a Italia, Suiza, Alemania y España. Paulatinamente la migración masculina a Estados Unidos asociada al narcotráfico pasó a ser secundaria y aumentó la migración de las mujeres a Europa, insertándose en mercados de trabajo sexual básicamente, aunque también algunas se insertaban en el trabajo doméstico.
Mi primer acercamiento al tema fue mirando el caso de ‘las italianas’, modo como eran conocidas esas mujeres en Buenaventura. En ese primer acercamiento entrevisté algunas de estas mujeres, muchas de las cuales viajaron con el fin de trabajar en el mercado sexual y acabaron casándose con extranjeros. En ese momento tuve la limitación de no poder hacer trabajo de campo en los lugares de destino.
Luego, al ingresar al doctorado cambié de destino e hice trabajo de campo tanto en Colombia como en España, pero aquel primer acercamiento al caso de Italia fue fundamental como contraste. En varias provincias españolas entrevisté mujeres colombianas negras y mestizas, así como mujeres de otros continentes: africanas, de Europa del Este, dominicanas y brasileñas, en fin, mujeres con distintas nacionalidades y con distintos fenotipos.
¿Cómo inciden esas diferencias en la organización del mercado que recibe a las migrantes colombianas?
Una de las hipótesis principales de mi investigación es que si mis entrevistadas están insertas en estos mercados de trabajo se debe especialmente a que la mano de obra demandada requiere una combinación de características raciales (negras o racializadas), generacionales (jóvenes), de clase y de lugar de origen (del tercer mundo).
¿Qué categorías le han sido útiles para acercarse a este tema y de cuáles se distancia?
La inserción laboral de estas mujeres inmigrantes se da en mercados de trabajo cuyos vínculos son precarios. Lo hacen no sólo tienen en el trabajo sexual, sino en el servicio doméstico, el cuidado de personas con problemas de salud, de la tercera edad y de niños. Estas labores pueden ser agrupadas en lo que se denomina ‘trabajo de proximidad’ o ‘trabajo de cuidado’. En mi trabajo he preferido abordar las actividades relacionados con el sexo desde esa agrupación.
El otro criterio que tomo en consideración es el punto de vista de las mujeres entrevistadas. Las mujeres cuando describen los proyectos asociados a la migración o la actividad que ejercen hablan de “trabajo”, de “vender el cuerpo”, de “trabajar con el cuerpo”, o de realizar “servicios sexuales”. Están hablando entonces de una actividad económica.
La palabra ‘prostitución’ aparece muy pocas veces en los relatos de las entrevistadas y de las personas relacionadas con ellas en Buenaventura. En España, por el contrario, el concepto que más se usa es ‘prostitución’, pero aparece siempre asociado a un punto de vista institucional, de las políticas públicas, de las y los académicos y de las personas en general. Yo encuentro limitaciones en esa categoría: prostitución remite a personas marginadas que ejercen un oficio estigmatizado, convocando una serie de ideas morales. Ese término habla generalmente de mujeres y no toma en cuenta a los hombres en calidad de clientes, y mi interés es visibilizar la totalidad de esa actividad económica en la cual los clientes son tan importantes cuanto las trabajadoras en el ejercicio de la labor sexual.
Finalmente, el término prostitución remite a sujetos sociales que son pasivos, que están allí debido a las circunstancias, que son explotados y que no se involucran activamente; habla de personas que no tienen derechos y que no pueden reclamarlos porque no son sujetos de derecho sino víctimas. Cuando hablamos de trabajo, hablamos de personas que pueden exigir políticas públicas, que pueden pedir garantías laborales. Esto tiene más sentido aún si tenemos en cuenta el lugar central del trabajo en la concepción de ciudadanía en las sociedades contemporáneas.
La cuestión del trabajo revela una tensión de la movilización política en torno del mercado sexual. Algunas organizaciones promueven la comprensión de la actividad como trabajo por las razones que usted argumenta; sin embargo otras insisten en que no se puede hablar de trabajo cuando se trata de una forma de explotación ilegal, ejercida por hombres contra mujeres, que son forzadas a realizarlo.
El trabajo sexual en España no es ni legal ni ilegal. Existe una ambigüedad jurídica que también se da en Colombia, donde la prostitución no es ilegal pero el proxenetismo sí, es decir, no tiene las garantías laborales de otros trabajos. Reconozco que existen, efectivamente, condiciones de explotación, pero sin negar esos problemas me interesa abordar la temática desde otro foco: se trata de personas que ejercen un trabajo que aunque puede ser marginal, estigmatizado y peligroso, al mismo tiempo lo hacen porque tomaron esa decisión ya sea por las necesidades económicas propias y de su familia o por proyectos de aumento de ingresos. Insisto en esto porque cuando se toca el tema del trabajo sexual es muy común que los argumentos se deslicen hacia el tema de trata ilegal, el tráfico de personas y el trabajo forzado. Es necesario enfatizar que muchas de las personas que migran son adultas y toman la decisión de viajar a Europa para desempeñarse en el mercado sexual por voluntad propia. No son sólo víctimas ni son personas sin capacidad de tomar decisiones, visión recurrente en las políticas públicas, por algunas organizaciones y algunos académicos.
¿Qué elementos nos permiten comprender el trabajo sexual como trabajo de cuidado, de proximidad o emocional?
Hay varias categorías analíticas desde la sociología para describir los trabajos que están desarrollando las mujeres inmigrantes en Europa. Los trabajos que tienen que ver con resolver las necesidades de la vida cotidiana o de la vida privada relacionados con cocinar, cuidar de los niños o de los adultos están siendo denominados ‘trabajos de proximidad’ o, desde otras perspectivas, ‘trabajos emocionales’.
¿Qué hace que un trabajo sea o no emocional? Éstos implican relaciones cara a cara con quien demanda el servicio, conllevan demandas emocionales. Así, por ejemplo, los niños no sólo necesitan que los cuiden y alimenten, también necesitan que los comprendan y que se les exprese afecto; los adultos mayores que están enfermos necesitan cuidados, pero se sienten mejor si los reciben de una persona que tiene un trato afectuoso y cálido con ellos. El trabajo sexual tiene esas mismas demandas de parte de los clientes. No podemos verlo como simple prestación de servicios sexuales, pues hay otras cosas implícitas allí como las necesidades y carencias emocionales del cliente.
Finalmente, cabe abordar el trabajo sexual desde ese punto de vista en función de la distribución del trabajo en las relaciones entre el primero y el tercer mundo. Hay que tener en cuenta que la demanda de mujeres provenientes del denominado tercer mundo para este tipo de trabajos en los países europeos tiene que ver con procesos de transición demográfica, con el envejecimiento y el incremento de enfermedades degenerativas y cardiovasculares y con la privatización de los cuidados en salud en esos países. Estamos pasando de poblaciones jóvenes a envejecidas y esas poblaciones están necesitando personas para cuidarlos. Con la inserción laboral de las mujeres en distintos mercados de trabajo, quienes tradicionalmente habían sido las encargadas de los cuidados domésticos ahora están permaneciendo menos tiempo en sus hogares y no tienen tiempo para dedicarse al cuidado de las personas. Además hay que considerar la mayor independencia de las mujeres que ya no están dispuestas a casarse, tener hijos o ejercer como amas de casa ni a establecer relaciones de género desiguales, entonces ahí surge una demanda de mano de obra que está siendo cubierta por mujeres de los países del tercer mundo.
En ese sentido, ¿la democratización de las relaciones de género y de la vida familiar en el primer mundo dependería del trabajo de los migrantes?
Efectivamente. En gran medida, las mujeres del primer mundo pueden ir a trabajar, educarse, desprendiéndose del trabajo de cuidado en el espacio privado, porque las mujeres del tercer mundo se están ocupando de las labores domésticas para las cuales ellas ya no tienen tiempo. Es un tema interesante para analizar: cómo la solución de una inequidad en el orden del género en el primer mundo se resuelve con medidas asociadas con la profundización de una inequidad de tipo racial y de clase de las mujeres de países en desarrollo.
El caso de los matrimonios entre europeos e inmigrantes es clave para entender las diferencias de género entre las mujeres del primer y del tercer mundo. Por ejemplo, los hombres que se casan con mujeres migrantes generalmente no tienen cabida en el mercado sexual y matrimonial de sus países porque la mayoría de ellos pasa los 50 años. Pero se agrega otro factor que tiene que ver con los valores de género: las mujeres europeas, generalmente las que han recibido mayores niveles de educación, tienen otras demandas en las relaciones de pareja, no quieren casarse o no quieren tener hijos ni formar una familia. Estos hombres, de origen popular medio, están buscando mujeres que se acomoden a un patrón más tradicional de pareja, que se ocupen del hogar y que quieran tener hijos, y las mujeres inmigrantes están más dispuestas a cumplir con dichos modelos. En mi investigación una cosa ha sido clara: el ejercicio del trabajo sexual no es el fin de la migración, es un medio. Las mujeres no migran para insertarse en el trabajo sexual, sino porque a partir de allí pueden entrar al mercado matrimonial.
Usted habló de la profundización de una inequidad de tipo racial. ¿Cuáles son los elementos que destaca sobre cuestiones raciales en su investigación?
Eso hay que verlo desde dos miradas: la de origen y la de destino. Sobre el lugar de origen cabe decir que son mujeres que de alguna manera, por una situación de discriminación racial, son expulsadas de los mercados laborales locales, donde cabe agregar que no ejercían el trabajo sexual.
En Colombia las mujeres negras son las que menos oportunidades tienen de inserción en el mercado laboral debido a la discriminación racial y por el acumulado histórico de esa discriminación reflejado en las condiciones de pobreza. En el Pacifico colombiano, región que concentra la mayoría de la población afrocolombiana del país, la tasa de pobreza es muy alta, las posibilidades de inserción en el mercado de trabajo es muy baja y el desempleo es enorme. Para la población negra el desempleo no es una variable, es una constante –para usar una expresión de Castells. En esas condiciones, el trabajo sexual en Europa se vuelve una opción que puede mejorar la calidad de vida de sus familias, teniendo en cuenta que la mayoría de estos proyectos económicos no son individuales sino familiares. El trabajo doméstico implica ganarse entre 600 y 1.000 euros mensuales, mientras que el trabajo sexual puede representar 4.000 o más. Con 1.000 euros se subsiste pero no alcanza para resolver los problemas de sus familias en el país de origen. Las personas que entrevisté en España que ejercían el trabajo sexual tienen libertad de elegir sus horarios, tienen mayores ingresos y tienen un trato más tranquilo con sus patrones. Algunas llegan a concretar proyectos económicos relativamente exitosos por medio del trabajo sexual y se retiran de esta actividad.
En relación con el lugar de destino es necesario pensar en la representación de la sexualidad de las mujeres negras y en la imagen de la hipersexualización de las personas negras en general. En España noté que se asocia mucho el ser mujer negra con el trabajo sexual, confusión que yo misma tuve que enfrentar directamente en la calle o cuando me presenté a algunas instituciones donde no me creían que estaba haciendo mi tesis de doctorado. Esa es una imagen heredada del pasado colonial.
¿Y juega de manera diferente esa cuestión racial para otras migrantes?
Hay una pirámide racial. En ella estarían primero, con menos problemas de discriminación racial, las blancas latinas, que en mi opinión estarían en el mismo nivel que las mujeres de Europa del Este. Después seguirían las latinas negras y en la base estarían las africanas, que sin duda es la población más estigmatizada en España. Esa jerarquía se aprecia en el trabajo sexual. Por ejemplo, si bien los argentinos son mejor recibidos que otros latinoamericanos, no es que las argentinas no estén en los mercados de trabajo sexual, sino que están en los niveles de élite: son escorts, damas de compañía y no las vemos como ‘prostitutas de calle’.
Las dominicanas, las brasileñas y las colombianas son “muy apetecidas” y se encuentran particularmente en clubes, en pisos, siendo trabajadoras más o menos independientes y autónomas. Hay mayor aceptación de mujeres colombianas no negras que de mujeres colombianas negras – cuestión que se repite en otros trabajos como el servicio doméstico o el cuidado de infantes– y las que más trabajan en las calles, la franja más riesgosa de este oficio, son en su mayoría africanas. Es muy raro ver una mujer africana en un club o en un piso como trabajadora autónoma independiente. En todo caso, frente a las demás migrantes, las africanas tienen varias desventajas como tener menores niveles de escolaridad, el ser musulmanas y no hablar el idioma español.
Aunque no se tienen estadísticas precisas, es interesante anotar que las españolas aparentemente han salido de este mercado. Algunos estudios hablan de que el 95% de las trabajadoras sexuales en España son inmigrantes frente a un 5% de nativas. Esta información también es difundida por las ONG’s que trabajan en estos temas y por la prensa.