Andrea D’atri es psicóloga, especialista en Estudios de la Mujer. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas, de Argentina, integra el consejo asesor del Instituto del Pensamiento Socialista “Karl Marx” y desde 2003 impulsa la agrupación de mujeres Pan y Rosas. Ante una nueva conmemoración del Día Internacional de la Mujer, D´Atri analiza la situación de las mujeres en las dos últimas décadas de aplicación del modelo neoliberal en la región, devela las contradicciones de los Estados, su incapacidad para prevenir y erradicar la violencia de género en su sentido más amplio, y esboza prioridades a tener en cuenta en el contexto actual de crisis mundial y emergencia de movimientos sociales.
¿Qué han significado las dos últimas décadas de reformas neoliberales en nuestra región para los derechos de las mujeres?
En este último período, donde se ha visto la expresión más salvaje del capitalismo, curiosamente ha sido también la época en la que se ha logrado mayor institucionalidad en los temas de la mujer. Esto no es casual; coincidentemente es la etapa en que el modelo económico afectó más la vida de las mujeres, que constituyen el 70% de los 1300 millones de personas pobres del mundo, que viven con menos de dos dólares diarios, y el 70% de los 960 millones de analfabetos. En este contexto de extrema inequidad se producen cada año 500 mil abortos clandestinos en el mundo y cerca de 40 mil mujeres mueren por causas derivadas del embarazo y parto, lo que incluye los fallecimientos por complicaciones derivadas de las interrupciones de la gestación en condiciones inseguras. Cuatro millones de niñas y mujeres ingresan cada año a la prostitución, la trata y la esclavitud sexual, además de los femicidios. Estas y otras tragedias demuestran que el modelo capitalista implementado por gobiernos cipayos en nuestros países ha destruido la vida de las mujeres de una manera nunca vista, mientras parcela nuestras luchas a través de planes de asistencia parcial a determinadas problemáticas.
Es el caso de los avances normativos alcanzados en cuanto a la violencia contra la mujer; sin embargo, las medidas de carácter formal no garantizan su erradicación.
Las instituciones de los Estados reproducen la idea de que las agresiones contra las mujeres son de corte familiar o doméstico, enfoque que cuestiono porque lleva a pensar que se trata de un problema íntimo, personal, cuando no es más que la reproducción en el ámbito privado de una violencia en que se fundamenta el sistema. Es por eso que los Estados no protegen a las mujeres de la violencia, aunque cuenten con instituciones de engaño, que implementan políticas públicas y campañas por los derechos de las mujeres. Eso es parte de un doble discurso; mientras el Estado sea una organización de dominación de un pequeño sector de la sociedad sobre las grandes mayorías, se sostendrá en instituciones que generan legitiman la violencia, y la reproducen contra los excluidos y explotados, entre los cuales están las mujeres.
Otra contradicción es que, a pesar de los procesos de reforma y modernización de los Estados, las iglesias –particularmente la católica–, continúan regulando la sexualidad, la reproducción y, por lo tanto, los usos del cuerpo de las mujeres.
Los Estados de la región, muy lejos de sus mandatos constitucionales, no son verdaderamente laicos. Por ejemplo en Argentina, el Estado tiene que solventar a la Iglesia Católica; con la paradoja de que, mientras miles de argentinas y argentinos no tienen trabajo o están en precariedad laboral, los obispos ganan salarios mayores a mil dólares, estando exonerados de impuestos en sus propiedades inmuebles y otras ventajas. Hay una connivencia de los distintos gobiernos de la región con la Iglesia Católica es la que permite a esta última avanzar a través del lobby o la presión en los temas en disputa, como ocurre con el aborto. Una institución con dos mil años de historia, su posición ha variado con respecto al aborto de manera relativamente reciente. Hace sólo un par de décadas, con Juan Pablo II, que el Vaticano ha dispuesto una campaña realmente feroz contra este tema. Y con el neoliberalismo se han fortalecido los enfoques fundamentalistas, no solamente católicos. Recordemos que en Estados Unidos, Bush estableció una alianza con las iglesias cristianas evangélicas que hizo retroceder algunos derechos en cuanto al aborto e impidió que se avance en temas como el matrimonio entre personas homosexuales; todo ello acompañado del resurgimiento de los fundamentalistas musulmanes. Se puede decir que el neoliberalismo ha propiciado el avance de los fundamentalismos de todo color.
¿Cómo ve el protagonismo que han cobrado los movimientos de diversidad sexual en la región esto últimos años?
Hay grandes avances. En Argentina, ya existe la ley de unión civil para la ciudad de Buenos Aires conseguida con la lucha de estos movimientos, que me parece fundamental y que está enriqueciendo y ampliando la lucha por los derechos sexuales en general. Pero al mismo tiempo, se observa una tendencia a la comercialización de las demandas de estos sectores. En ese país, algunas empresas empiezan a financiar, a través de su publicidad, las movilizaciones por el Día del Orgullo LGTB, lo que está generando un vaciamiento del contenido político que tiene y debería tener esta lucha. Sin embargo, también hay una respuesta crítica de importantes sectores de estos movimientos, que se resisten a ser utilizados, manteniendo con claridad sus objetivos.
¿Cuál sería la agenda inmediata para las mujeres en este escenario de crisis, de avance de los fundamentalismos, pero también de cierta rearticulación de los movimientos sociales en la región?
Nosotras planteamos tres ejes fundamentales. El primero es la despenalización del aborto y su acceso libre y gratuito en hospitales públicos, para que no sigan muriendo más mujeres por esa causa. El segundo eje se relaciona con el abordaje de la violencia contra las mujeres; la situación que vivimos demuestra que la justicia no sólo tiene un carácter de clase, también es patriarcal, sexista y deja impunes a los responsables de las agresiones contra las mujeres, re-victimizando a quienes la han sufrido. Hay que enfocar la violencia como un producto de este sistema, expresado no sólo en el terreno de las relaciones privadas, sino en el hecho de que las mujeres mueren por no poder ejercer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo y en la recarga del trabajo doméstico sus hombros, entre otros aspectos. El tercer eje es el del trabajo. Desde los años 90 las mujeres en Latinoamérica se incorporan cada vez más a las fuerzas productivas bajo condiciones de extrema precariedad. Somos testigo de la casi esclavitud de trabajadoras migrantes que se desempeñan en talleres clandestinos de costura, la explotación por parte de las redes de tráfico de personas, aquéllas que trabajan con contratos flexibilizados, salarios menores a los de los hombres y sin derecho a jubilación, vacaciones o sindicalización. Todos estos ejes constituyen aspectos clave en las agendas de los movimientos sociales y de las mujeres en el continente.
¿Qué retos y oportunidades se presentan para las mujeres organizadas y los movimientos sociales en el escenario de crisis mundial que vivimos?
Como siempre ha sucedido en la historia, la crisis va a rescatar las mejores cualidades de las mujeres, que sin duda se pondrán a la cabeza de las luchas que se avecinan. Es fundamental reflexionar sobre el papel que vamos a cumplir en esta etapa, superando divergencias que nos mantienen en compartimentos estancos, avanzando en conformar un movimiento que vaya más allá de esas diferencias y que se plantee la perspectiva de lucha por un cambio radical del sistema que nos oprime.