En el marco del Día Mundial de Lucha Contra el Sida, Luis Enrique Hernández, coordinador ejecutivo de la asociación civil El Caracol –que trabaja en la Ciudad de México con poblaciones en situación de calle desde hace tres lustros–, afirmó en entrevista con el CLAM que la salud sexual y reproductiva de quienes tienen como hogar la vía pública está delineada por el riesgo, las adicciones, la violencia y la discriminación.
Las y los callejeros son el reflejo recrudecido de la crisis social, política y económica de la humanidad; no obstante, los estudios sobre este sector y las acciones de los gobiernos y de la sociedad civil organizada son aún limitadas, pues victimizan a este sector de la población, lo ven “con lástima”, en lugar de abordar sus problemas bajo una óptica de derechos humanos, expuso el activista.
En México, las personas que viven en la calle carecen de personalidad jurídica, viven apartadas de la vida institucional, explicó Hernández; tampoco están reconocidas ante el Consejo Nacional de Población (CONAPO) y el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI); constantemente experimentan violaciones a sus derechos humanos, y son “invisibles” para las políticas públicas en materia de salud sexual y reproductiva, algo evidente en el término asexuado de “niños de la calle”, que el movimiento social por los derechos de este sector pretende abolir.
¿Qué datos estadísticos hay sobre las personas en situación de calle?
En la Ciudad de México son escasos los programas gubernamentales y de organizaciones de la sociedad civil que atiendan a estas poblaciones. No hay números, es una población oculta. No sabemos cuántos son. En 1995 hicieron un censo que reportó cerca de 13.400 personas menores de 18 años viviendo en el Distrito Federal (DF).
Rosa Márquez, ex titular del Instituto de Asistencia e Integración Social del DF, informó en 2005 que había seis mil indigentes. El actual encargado de la dependencia, César Cravioto, dijo hace poco que, según el sondeo realizado por las brigadas nocturnas en la temporada de invierno, de septiembre a la fecha han contabilizado 2400 personas. Entonces, difícilmente vamos a tener una cifra de quiénes son y cuántos son porque no están considerados como grupo poblacional, sino como sujetos aislados que están en la calle porque se les ocurrió, porque quieren o porque se drogan.
¿Cuáles son las dimensiones del riesgo que experimentan las poblaciones callejeras ante el VIH y otras infecciones de transmisión sexual (ITS)?
Si no sabemos cuántos son, difícilmente vamos a saber acerca de su sexualidad. Se trata de una población que a priori ya tiene un estigma: son drogadictos, son mugrosos, son ladrones; esa es la representación social que se tiene de ellos. Se les concibe con mucha lástima. Desde los años ochenta se hablaba de “niños de la calle”, es decir, “personas que no tienen sexualidad”, que no tienen género. Por eso, el concepto de “poblaciones callejeras” es más incluyente y diverso, porque se refiere a niños, niñas, jóvenes, adultos y ancianos con diversas identidades sexuales, con diversas capacidades y necesidades, por ejemplo de salud, y también familias.
¿Cómo se ha acercado El Caracol a esta población?
Hacemos materiales educativos e informativos con sus propios códigos, con sus palabras, que no refuercen el estigma y la victimización. Nos hemos acercado a ellos desde una lógica diferente, con una propuesta preventiva que estamos desarrollando desde hace diez años. En este momento estamos actualizándola para encontrar cuáles son las infecciones de transmisión sexual (ITS) más comunes, cómo ejercen su sexualidad en relación a los riesgos y sobre todo cuál es su percepción del VIH. Esta es una investigación cualitativa que será presentada próximamente.
Hasta ahora hemos encontrado cosas interesantes: hay una baja percepción de riesgo por parte de los chavos (muchachos) respecto a la sexualidad, se sienten invulnerables; su sexualidad comienza obligada o como un juego en donde no hay una oportunidad de reflexión. Paralelo a esto, nos encontramos que, a diferencia de hace diez años, 90 por ciento de los chicos sí tienen información que les proporcionó alguna organización civil, conocen el VIH y el condón, pero no lo usan. Por un lado, no tienen acceso a condones, y por el otro, seguimos viéndolos como una población que no tiene derecho a ejercer su sexualidad.
Otro asunto es que los discriminan en los servicios de salud. No les dan la atención adecuada por ser callejeros. Quieren que se bañen primero, por ejemplo. Hace casi dos años murieron dos chicos desgraciadamente. Uno no fue atendido adecuadamente y al otro no lo quiso recoger la ambulancia. Hay dos quejas en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal por discriminación en los servicios de salud. Una ya prosperó en una recomendación y la otra está en proceso.
¿De qué manera el género configura está problemática social?
Las chicas en la calle tienen triple estigma: ser mujeres, callejeras y, en muchos casos, ser madres. Hay gente que las busca para tener sexo recompensado. No usan condón porque dicen que no son sexoservidoras, “que el señor es muy buena gente porque me da 400 pesos, paga el hotel y me da de comer”.
Pero en los chicos también se da este fenómeno. Uno de ellos, por ejemplo, dijo “es que vinieron unos homosexuales que querían que tuviéramos relaciones sexuales con ellos. Luego nos dan algo de dinero o algo de droga. No usamos condón, porque eso es para los putos, yo soy el que penetro”.
La población callejera es la depositaria de todos los males de la sociedad, son como un memorándum social que nos recuerda todos los días la pobreza, la exclusión social, la desigualdad de oportunidades para todos y todas.
¿Cómo se da este fenómeno en Latinoamérica?
No es muy variado. Tenemos las mismas políticas económicas, los mismos niveles de exclusión. La riqueza es de pocos y la pobreza está entre muchos. El modelo neoliberal ya no está funcionando. En Perú, Venezuela, Honduras, Nicaragua y Guatemala, por ejemplo, los callejeros son los mismos. Varía un poco el tipo de consumo de drogas; aquí consumen solventes, allá todavía resistol, pero al final son inhalantes. En Centroamérica se mezclan con las maras (pandillas) y ya se hacen cuadrillas muy violentas. La diferencia con México es que están vinculados a una red social y difícilmente violentarán porque viven de lo que la red social les da. Pero en realidad son muy parecidos.
El año pasado hicimos el Encuentro Internacional Trabajo de Calle. Vinieron 150 personas de 25 países de Asia, Europa y Latinoamérica. Coincidimos en superar el concepto de “niño de la calle” para hablar de “poblaciones callejeras”. Hicimos una declaratoria en donde acordamos trabajar siempre en un marco de derechos humanos y exigir a los gobiernos políticas públicas.