Luego de dos años de investigar sobre salud sexual y reproductiva entre los tojolabales, etnia que habita el municipio de Las Margaritas, Chiapas, en el sur del territorio mexicano, el antropólogo Martín de la Cruz López Moya acaba de publicar el libro Hacerse hombres cabales. Masculinidad entre tojolabales (2011). En este volumen monográfico, López Moya analiza la construcción de identidades de género, prácticas y discursos asociados a la fertilidad entre hombres y mujeres de esta comunidad.
La perspectiva de género adoptada por el antropólogo mexicano busca observar cómo las acciones y la vida social de los individuos se estructuran en función de diferencias, desigualdades y relaciones de poder. La construcción de la masculinidad es así analizada a partir de las prácticas e interacciones cotidianas a través de las cuales se producen representaciones sobre el desempeño de los sujetos en tanto hombres o mujeres. El pueblo tojolabal organiza el discurso acerca de la masculinidad en torno de la idea de “cabalidad”, cualidad que le permite a un varón demostrar públicamente su hombría.
En diálogo con el trabajo del antropólogo norteamericano David Gilmore acerca de construcciones culturales de la masculinidad, López Moya la entiende como una construcción precaria e incierta, que se sitúa más allá del conjunto de atributos, valores y conductas asociadas a una supuesta esencia varonil. De ahí que la masculinidad sea constantemente sujeta a apremios, ganada mediante un esfuerzo constante y algo que no se posee de una vez y para siempre. Los varones deben emprender una búsqueda de ella, que a la vez se traduce en la ansiedad por validar su hombría ante los demás.
La masculinidad, afirma el autor, se construye en el marco de estructuras sociales insertas en los cuerpos de las personas, que se expresan en la interacción social. Al inscribirse en procesos culturales locales, las identidades de género constituyen el entramado significativo que un grupo social organiza en torno a la diferencia sexual. Las representaciones acerca de lo varonil adquieren legitimidad a través de prácticas públicas de la masculinidad. En su estudio, López Moya analizó la masculinidad en tres niveles: el hacerse hombre, referido a las expectativas de la colectividad vigilante del proceso de producción de hombres; el ser hombre, relativo a la manera en que los individuos viven la masculinidad; y el erigirse como hombre, relacionado con la posibilidad que tiene cada individuo de inventarse como tal.
El autor señala que en su investigación buscó alejarse de la idea que se tiene sobre “los indígenas” como una colectividad en la que todos piensan, sienten y actúan de igual manera. Para él, además de explorar la diversidad que encierra esta categoría es necesario restituirle el carácter humano del que ha sido despojada: “A los indígenas se les ve mediante un ropaje social producto de discursos antropológicos e históricos que no los consideran como personas del todo. Esto dificulta ver en sus relaciones cotidianas la producción de discursos sobre la hombría, donde surge la idea de que la cabalidad debe ganarse con apremio y con demostraciones diarias”.
En entrevista con el CLAM, López Moya se refirió a su investigación y al concepto de “hombre cabal” entre los tojolabales.
¿Cómo surgió la investigación?
Me involucré en el tema de género luego de trabajar en un proyecto dirigido por la doctora Xochitl Castañeda sobre sexualidad de jóvenes rurales en Chiapas y Morelos. En ese entonces, la salud reproductiva estaba despertando interés en la política pública y la investigación social. En ello los aportes teóricos del feminismo fueron fundamentales. Yo me interesé por este tema desde una lectura feminista crítica que aborda el género como un asunto complejo, no sólo referido a mujeres.
Había llevado a cabo una investigación con parteras de las comunidades del municipio de Las Margaritas. En pueblos campesinos tener hijos es una cuestión fundamental, pues a través de ellos se transmite la herencia de la tierra. Se cree que de lo contrario las uniones no tienen una finalidad específica. Mientras hacía esa investigación, me llamó la atención el conocimiento de las parteras sobre el restablecimiento de la fertilidad de las mujeres, tema que generaba tensiones dentro de las familias. Había una búsqueda y toda una oferta de opciones médicas tradicionales de sanación de la infertilidad. Pero la mayoría eran pensadas para las mujeres; casi no existían alternativas para hombres. La capacidad de los hombres para engendrar es considerada algo natural; y cuando hay problemas de fertilidad, este se les atribuye a las mujeres. Fue a raíz de esto que me pregunté acerca del significado de ser hombre en una de estas comunidades.
En México, se habla poco acerca de la masculinidad; aún menos en grupos indígenas…
Sí. Se da por hecho que el hombre es así, se naturaliza su imagen, por lo que se deja a un lado su comprensión y su estudio. En la interacción con la gente que visitaba me daba cuenta de las claras jerarquías de género que existían en la sociedad. Se espera, por ejemplo, que el saludo lo haga el hombre de mayor rango social. Todas las asambleas están conformadas por hombres. A mí me resultaban interesantes fenómenos como el rapto de mujeres; la atribución de fuerza y violencia como cualidades masculinas.
¿Cómo se es hombre en una comunidad tojolabal?
Ser hombre es, ante todo, un caparazón social. Una persona puede tener pene, pero si no es capaz de demostrar que es hombre, no es considerado como tal. Existe toda una actuación, una puesta en escena. Un asunto es ser buen hombre en el sentido moral, y otra es ser bueno como hombre cuando se actúa conforme a las normas sociales. En estos escenarios, donde la masculinidad es una actuación y una simbolización, ser hombre es un ropaje social lleno de elementos de dominación y poder.
¿Qué papel desempeña la violencia en la construcción del ideal de cabalidad?
La violencia es una herramienta que permite demostrar hombría. Ahora bien, esto no significa que los hombres tojolabales sean violentos, ni que todos golpeen a sus parejas. Existe una demanda al respecto porque a través de ella se demuestra que se es hombre y en algunos casos efectivamente ejercen violencia, aunque no siempre. Pedirle al hombre que actúe como hombre puede implicar violencia y existe un consenso social para que lo haga.
¿Cuál es la relación entre cabalidad y masculinidad?
La expresión “ser cabal” es utilizada cotidianamente. Su sentido se relaciona con dos aspectos: en primer lugar, los atributos biológicos masculinos; en segundo lugar, demostrar que se es hombre por medio del pensamiento, es decir, tomando decisiones correctas, demostrando un estado adecuado para hacerlo. Más allá de considerar la cabalidad como una construcción cultural, yo la considero algo social. Forma parte del imaginario social y se construye históricamente a partir de valores y relaciones fomentadas por instituciones como la Iglesia.
¿Qué significa para un hombre “actuar cabalmente”?
El hombre cabal no tiene una esencia; se trata de una dramatización. En algún momento o circunstancia puede parecerlo y en otra no. Un hombre actúa cabalmente cuando hace un trabajo y en él demuestra que es un hombre, cuando representa a su familia ante la autoridad u otras familias, cuando entrega a su hija en matrimonio. Esta cualidad, siempre es puesta a prueba, no es innata.
¿Existen sanciones para quienes no cumplen “cabalmente” su rol de hombres?
La vigilancia social es permanente. Al vivir en comunidad las personas comparten muchas cosas. No ser un hombre cabal es un estigma, aunque la sanción puede adquirir otras formas. Esto ocurre, por ejemplo, en las formas tradicionales de contraer matrimonio, que implican una serie de esfuerzos, como el chak a bal, una serie de bienes que el hombre debe dar a la familia de la mujer. Cuando el hombre rapta a la mujer que será su futura esposa contra su voluntad, tiene que pagar una cuota a su familia. Si el rapto es fallido, tiene que pagar todavía más, por haber deshonrado a la familia.
La expresión “mampo” se refiere a alguien como mitad hombre y mitad mujer. Es una valoración negativa con la que se designa al hombre que no hace bien su trabajo. Se le dice que parece una mujer.